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Fabiola Morales / Mucho más que aplausos

Foto del escritor: Análisis EfectivoAnálisis Efectivo

El personal médico y sanitario en el Perú, jamás se imaginó que el ya alicaído Sistema de Salud se vería enfrentando una pandemia de tal magnitud, como es el Covid-19. Pero, de un momento a otro, al “paciente cero” le seguirían docenas, centenas y ahora miles de contagiados en todo el país que, difícilmente, pueden ser albergados y tratados en los diferentes hospitales y clínicas del país.


Velozmente, los establecimientos de salud tuvieron que ampliar su infraestructura, el número de camas, para pacientes ordinarios y aquellos que, por su gravedad, necesitaban salas de cuidados intensivos con médicos y enfermeras especializados en el tratamiento de estos y en el trabajo técnico y de monitoreo digital de herramientas médicas complejas, como es el caso del respirador artificial.


La especialidad de “médico intensivista” no es demasiado común en el país, supone una vocación especial para estar siempre al filo entre la vida y de la muerte, tratando de salvar a las personas, tantas veces, en condiciones difíciles: cumpliendo largos o dobles turnos, sin la debida implementación y la tecnología médica necesaria para su trabajo y con familiares estresados que quisieran reportes constantes del estado del paciente.


La pandemia requiere de estos médicos y enfermeras intensivistas, como de los neumólogos y cardiólogos, ya que las últimas noticias que se han tenido sobre el comportamiento del nuevo coronavirus es que también afectaría al corazón e, incluso, los investigadores empiezan a afirmar que atacaría otros órganos humanos.


El punto es que frente a la pandemia, no sólo los médicos internistas o de distintas especialidades han tenido que asumir otros aspectos; sino que han tenido que aprender sobre la marcha, investigar y ponerse al día, con base no sólo a las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), también de la experiencia de colegas de otros países, mediante sus redes profesionales, para enfrentar una crisis “nunca vista”.


Hemos visto llorar, frente a la impotencia, a médicos de las regiones de Lambayeque, como de Loreto. Los pasillos de los hospitales se les llenaban de cadáveres, los pacientes se les morían en los parqueos. y las carpas que había enviado el Minsa a Loreto, para que se alojaran pacientes graves, caían sobre los enfermos, durante una lluvia torrencial, tan frecuente en la Amazonía.


Asimismo, las enfermeras y el personal sanitario suplican a gritos más ayuda de personal, más manos para trasladar y atender a los pacientes que llegan y ocupan las camas que están por colapsar a nivel nacional, según informes oficiales. Como también solicitan implementos para evitar los contagios a los que están expuestos día a día y que ya acabaron con la vida de un médico, por lo menos, y han infectado a docenas de ellos y del personal sanitario.


Estas personas que son quienes están en la primera línea de la lucha contra la pandemia, deben ser mucho más apoyados por el Gobierno y la empresa privada. Estamos en una crisis sanitaria enorme y son ellos quienes deben recibir todo el cuidado necesario: protección de primer nivel, traslado a sus hogares, bonos alimenticios, contratos dignos, capacitación rápida y eficaz, sueldos acorde con sus largos estudios y trabajo que siempre -pero ahora más que nunca- es demasiado duro.


Los aplausos y felicitaciones son una expresión de agradecimiento para los médicos, enfermeras y personal sanitario; pero es demasiado poco para quienes, con pobres recursos, tienen que hacerle frente a este Covid-19 que, con más de mil fallecidos que lamentamos, sigue en la curva ascendente.


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