La presidenta, Dina Boluarte, tiene uno de los más bajos niveles de aceptación, según las encuestas, que son fotografías de los distintos momentos en los que la mandataria es percibida por el pueblo, un asunto no menor; porque, al haber asumido el mando como producto de un golpe de Estado, necesita no solo del apoyo constitucional y de los poderes fácticos que la mantienen, sino también de la aprobación popular.
En este sentido, los errores que comete la presidenta son graves; pareciera que no tiene demasiada conciencia del cargo que desempeña, como quien encarna a la nación, ni de la gran oportunidad que le ha dado la vida de ser presidenta constitucional, ni del hecho de ser la primera mujer en llevar la banda presidencial y que así pasará a la historia.
Si bien es verdad que ha saltado de ser una funcionaria pública de segundo nivel en el RENIEC a la primera magistratura de la nación, no es este motivo para no rodearse de los mejores profesionales para gobernar y llevar adelante una estrategia de comunicación propia del sistema democrático, de apertura a los medios de comunicación, así como cálida y cercana con la ciudadanía, a la que se debe.
Las conferencias de prensa y las entrevistas a los medios ofrecidas por los gobernantes y todos quienes ejercen poder en una democracia son una obligación ética y moral para con sus públicos, que tienen derecho a la información para conocer el estado del gobierno. Las interpelaciones que los congresistas les plantean a “determinados” ministros no bastan; todos sabemos que se trata de discursos larguísimos y técnicos que aburren hasta a los mismos proponentes, que dejan el hemiciclo vacío.
La presidenta debe saber que, declare o no a los medios, el público está expectante y no se conforma con lecturas de memorias anuales de cinco horas que, si bien es un récord para el lector, desconectan totalmente con el oyente, lo cual lo convierte en un acto de “desinformación” grotesco del cual parece no ser consciente, porque le ganan los cantos de sirena de sus allegados.
La población, en cambio, se “informa” cuando, innecesariamente, la presidenta muestra signos de riqueza, como los relojes Rólex, que se han convertido en una narrativa que no cesa; más aún cuando las versiones sobre la procedencia de los mismos han ido variando, hasta llegar a la inverosímil de: “es un préstamo de mi wayki”, en referencia a su amigo el gobernador de Ayacucho, Wilfredo Oscorima.
Así como la ciudadanía se “informa” también cuando intenta negar la supuesta influencia de su hermano en su gobierno, como en el nombramiento de prefectos y subprefectos; o cuando, en plena parada militar, responde con una evidente grosería a una ciudadana que la increpa a su paso en coche descapotable por la avenida Brasil.
Ya es momento de que la presidenta se prepare para dar cuenta a la opinión pública, a través de los medios, de sus actos de gobierno, de que aprenda a pedir disculpas y acepte las críticas por sus desaciertos, que podrían llevarla a enmendarlos. No es posible, por ejemplo, que ahora pierda el tiempo escribiendo cartas notariales a “personajillos” de cuarta, colocando la investidura presidencial a tan bajo nivel, otro acto de “comunicación fallida”.
Las Direcciones de Comunicación en las organizaciones no son aparatos de propaganda ni de marketing, sino quienes plantean estrategias para asegurar que su institución, más aún cuando se trata de la Presidencia de la República, participe del diálogo social con el liderazgo que le compete.
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