Un país donde no existe un real acceso a la justicia, donde la impunidad es moneda de cambio para quienes ostentan el poder, donde la educación y la cultura han sido mercantilizadas, y donde la salud solo es posible si se tiene seguro privado, no puede pretender alcanzar el tan ansiado desarrollo.
Todos los países que han logrado dar el salto (Japón, China, Indonesia, o los países de Europa de la posguerra) lo han hecho invirtiendo en su gente, en su educación, en la promoción de su cultura y una fuerte inversión para desarrollar tecnología.
Podemos asegurar que el mundo de hoy es uno estrechamente relacionado con la tecnología. El ciberespacio es el dominio donde se vienen desarrollando los negocios, los inventos, las alianzas, incluso las guerras.
Un país sin capacidad de producir tecnología (no solo de usarla), que no logre establecer un sistema educativo que impulse el uso de la inteligencia y se aleje del consumismo, está condenado a ser un país despensa, uno al que solo acudirán cuando requieran de sus recursos naturales.
El reto entonces es desterrar la corrupción, mejorar los servicios de salud y justicia, impulsar la educación y promover el desarrollo tecnológico y científico.
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