Hace ya algunos años- (¿décadas?) cuando Antonio Pinilla Sanchez-Concha -quién fuera el ministro mas joven del Perú- fundaba la Universidad de Lima; y otro egregio maestro Carlos Cueto Fernandini, era censurado, como ministro de educación, por semánticas razones por un parlamento con idiomáticas ignorancias; ya se planteaba en el país el tema de la gratuidad de la enseñanza universitaria.
No se pretende -en este artículo- filosofar ni mucho menos sentar cátedra sobre esta materia que ya ha sido debatida -atacada y defendida- por muchas y más lucidas mentes. Desde la aseveración de Pinilla: “La educación no es gratis, tiene un altísimo costo y éste es asumido, a través del Estado, por todos.” Hasta opiniones más benevolentes y bien intencionadas, pregonando el derecho a la gratuidad de los estudios; se han enarbolado encendidas banderas en este campo.
Sería preferible plantear el tema en términos de aportes específicos y prácticos; para no perderse en disquisiciones filosóficas muy valiosas, pero talvez- poco aplicables; tratando de llegar a algunas conclusiones útiles y que -de llevarse a cabo- puedan paliar el problema o hacer en todo caso mas rentable o de menor costo el proceso educativo.
Sin embargo, revisemos previamente algunas ideas rectoras del pensamiento económico-académico. Un primer paradigma, muy arraigado, sostiene que “la educación no es rentable,” es decir: “la empresa educativa no es rentable”. Si hablamos de rentabilidad en función de los ingresos por pensiones educativas únicamente, la rentabilidad será, entonces, directamente proporcional al monto de las tarifas establecidas. En este caso, sin embargo, será posible tener rentabilidad -y muy alta- pero la educación sería exclusivista, restringida a unos pocos que puedan pagarla (no siempre los mejores) y con un horizonte de crecimiento muy limitado.
Otra verdad insoslayable, un poco corolario del anterior, se refiere a que “las instituciones educativas que solamente se financien mediante pensiones están condenadas a la masificación, mediocridad y extinción.” Salvo el caso de aquellas escasas excepciones, mencionadas en el párrafo anterior, esta sentencia es inexorable para la gran mayoría y lamentablemente hemos sido testigos de la veracidad de estos postulados. En otros casos, no obstante, hay instituciones que son un buen negocio, en la acepción más pura del término. Y recordemos algunas que empezaron siendo tildadas despectivamente como la “ritchie” “el arca de Noé” o la “única cafetería con universidad incluida” y que ahora son instituciones de prestigio porque supieron remontar airosamente el reto de equilibrar armoniosamente el producto académico y el costo del mismo.
Este reto de la viabilidad económica concertando excelencia académica y rentabilidad sólo puede lograrse dentro de un nuevo concepto de “lucro académico.” El concepto de excelencia ya es ampliamente difundido y conocido. La idea de rentabilidad tiene ahora una connotación más amplia ya que se le considera en términos de largo plazo como el “valor de la otganización” y no solo en la generación de utilidades “cortoplacistas” En este sentido hablar de “lucro académico” es referirse al conjunto de actividades que generen y acrecienten el valor académico de la institución: Investigación seria, profunda y auténtica. Liderazgo en su ámbito de influencia. Contribución al desarrollo y modernización empresarial. Proyección social. Innovación y mejoramiento permanente. Compromiso y entrega docente. Comunión y motivación discente. Estas, deberían ser algunas de las preocupaciones insoslayables del quehacer de la educación superior.
Si a estas actividades le agregamos -no sustituimos- técnicas de gestión empresarial creativas e innovadoras –tales como la diversificación de las fuentes de ingresos (no sólo de pensiones vive la educación) creación de nuevas fuentes financieras, proyectos rentables de investigación y consultoría, alianzas estratégicas, gestación de embriones e incubadoras empresariales, reducción eliminación o disolución de costos y gastos innecesarios- tendríamos la posibilidad de encontrar el camino de la rentabilidad académica y viabilidad económica de la educación..
Este criterio de “lucro académico” permitiría una rentabilidad acorde con los fines educativos y la inversión monetaria realizada, sin desvirtuar la esencia del proceso educativo y - sobre todo- preservando la continuidad, estabilidad y futuro de la empresa académica y la calidad de la enseñanza.
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