En la Edad Media las familias tenían predestinadas las futuras ocupaciones de sus hijos: el primogénito se hacía cargo de la herencia, y los siguientes se orientaban a la milicia, y al sacerdocio, respectivamente. Progresivamente, hubo quienes se rebelaron, y al igual que los vástagos de hogares paupérrimos, se dedicaron a la aventura, como fue el caso de los navegantes, exploradores, y conquistadores de tierras lejanas, aunque pueblos como los vikingos siempre tuvieron esta vocación.
Con el tiempo, hubo quienes abrazaron las ciencias y las artes. Fue parte de la evolución, pues, en los momentos iniciales de la Humanidad, el hombre cazaba y defendía a su mujer, y esta cocinaba y cuidaba los hijos. Con el inicio de la Agricultura, comenzó la especialización: agricultor, comerciante, soldado o guerrero, y por supuesto, el señor feudal, el rey, el jefe.
En el caso de la Mujer, desde su niñez estaba destinada al matrimonio, las labores del hogar, y el cuidado de los hijos, y nunca en la esfera pública, aunque hubo casos en que ellas impusieron sus propios empeños, como fueron Tomoe Gozen, la primera samurái y onna-musha del período Heian tardío en la historia japonesa; Boadicea (30-60 d.C.), la temible caudillo britana; la princesa Zhao de Pingyang (600- 623), la Mulan histórica; Juana de Arco (1412-1431), la Doncella de Orléans: Catalina de Erauso (h. 1585 – h. 1650), la “monja alférez”; Njinga Mbandi (1583-1663), la reina africana que resistió a los portugueses, y Paula Piraldo, nuestra encomendera de Colán quien, en 1615 derrotó al corsario holandés George Spilbergen, quien pretendía desembarcar en su encomienda.
En las épocas contemporáneas y hasta principios del siglo XX, las profesiones de médico y abogado ocupaban la cúspide de la escala social, y hasta el económico. En ambos casos eran denominados ‘doctor’ – lo que continúa en la actualidad - pues otorgaba respeto al personaje, aun cuando es un grado académico que demanda estudios adicionales al bachillerato y licenciatura. Con el tiempo, la profesión de ‘ingeniero’ se incorporó en la valoración de la sociedad, y fue tal su influencia que bastaba te observaran con una calculadora en la mano para que te aplicaran dicho título.
Las ocupaciones empresariales - comerciantes, prestamistas y fabricantes - no eran bien calificadas pues ‘hacer dinero no implicaba respetabilidad’, especialmente porque implicaban trabajo físico, que para los nobles era humillante, pues vivían de sus rentas, por el alquiler de tierras a sus labriegos. Actualmente, el empresario es valorado, especialmente en países donde el éxito también lo es, aunque en el nuestro, si proviene de una provincia o carece de un apellido ilustre, de inmediato aparecen las dudas sobre el origen de su fortuna. Como tenemos la costumbre de embellecer las designaciones de las personas, localidades, y situaciones, nuestro léxico ha convertido al empresario en ‘emprendedor’. No me referiré al desempleado que hoy es ‘consultor’.
A partir de la década de 1960, las carreras de Administración de empresas o negocios e Ingeniería Industrial, se convirtieron en cometidos de importancia por su versatilidad y posibilidad de desenvolverse en diversas áreas productivas de las empresas. La abogacía inició su descenso en la valoración por su mayoritaria presencia en problemas legales difundidos por la prensa, por su cercanía a la política, y por cuanto la mitad de los egresados de las universidades peruanas, provenían de esa ‘carrera’.
En los albores del siglo XXI, el convencimiento es que las profesiones de éxito son las relacionadas con la tecnología, como la ingeniería de sistemas, especialistas en ciberseguridad, probadores de software, telecomunicaciones, diseñadores de video juegos, analistas de datos, proyectistas de webs y portales, y los diseñadores gráficos. Incluso, se afirmaba de la importancia de las carreras técnicas relativas a la ciencia, como más productivas que las universitarias. La especialización es ya común en todas las profesiones, y emergen los ‘opinólogos’ que, sin mayores estudios, se posicionan en algún tema gracias a la publicidad, la prensa, y las redes sociales. Llegamos a la Inteligencia Artificial que irrumpe como la panacea, aunque recientemente las acciones en este sector han caído en las bolsas más importantes. Lo curioso, y también penoso, es que profesiones como las de policía, literato, agricultor, y científico, nunca fueron apreciadas en sus reales merecimientos.
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