En 1971, en mi primer año en la UDEP, tuve acceso a ‘Misión de la Universidad’, la obra de José Ortega y Gasset-OYG (‘Yo soy yo y mi circunstancia’, ‘dime a que le prestas atención y te diré quién eres’), publicada en 1930, según la cual la Universidad debía constituir la enseñanza no sólo como profesión, sino también como formación integral del individuo, y sus misiones eran la enseñanza para la formación de profesionales, la investigación (científica y humanística) y la difusión de la cultura, considerando esta última la más importante.
En el debate sobre el rol de la Universidad es importante considerarlos conceptos expuestos por OYG, que “la reforma universitaria no puede reducirse a corregir abusos, que son casos aislados o consuetudinarios y tolerados. En el primer caso, se corrigen automáticamente, y en el segundo, es producto de malos usos. Contra estos hay que ir, y no pueden ser corregidos si no se ha entendido la Misión: ¿Para qué está la universidad?”. Reforma es creación de usos nuevos, y no solo en lo referente a equipos, financiamiento, infraestructura, sino, sobre todo, en calidad de sus programas, experiencia de sus docentes (independiente a los títulos), naturaleza de sus investigaciones y estudios, trascendencia fuera de su entorno, y aportes a su comunidad, surgiendo la interrogante de cuáles son los realizados por las más de 100 universidades en el país.
Una nación es grande cuando su escuela –elemental, secundaria o superior- es buena, pero no es suficiente. La fortaleza de un país se produce íntegramente. No hay nación civilizada si esta es deficiente, pero tampoco lo es por más buena que sea, si no lo son su política, su economía, su justicia, y su prensa. La escuela como institución de un país depende más del ambiente público que del aire pedagógico dentro de sus muros. De no corregirse el primero, La Universidad solo puede aspirar a ser una fábrica de minorías, distantes de la realidad del país. La ciencia es el mayor portento humano, pero sobre ella está la vida humana, que la hace posible. La sociedad necesita buenos profesionales que sepan dirigir, cuestionar e influir positivamente en sus comunidades, pero sobre todo que respeten las leyes, y con un profundo sentido de la ética, que muchas veces no es considerada por la normativa.
La Cultura no es un bagaje de conocimientos, sino el sistema vital de las ideas de cada tiempo (modernidad). La sola especialización convierte al hombre en sabio, pero primitivo en relación a su época: experto en su tema, pero deplorable en sus concepciones, relaciones y políticas. Es increíble la torpeza y la agresividad de quien conoce mucho de una cosa e ignora todo de las demás. La especialización, al no ser compensada, convierte al profesional en materialista y cortoplacista (“lo quiero para ayer”). Por tanto, se reafirma que la Misión de la Universidad es la transmisión de la cultura, la enseñanza de la profesión, y la investigación científica.
Hace algunas semanas, Enrique Banús Irusta (EBI) me obsequió su obra ‘El aporte de la Universidad a la Cultura’, publicada por la ‘Colección Algarrobo’ de la Universidad de Piura-UDEP, en 2015, donde explica que “la cultura implica ir creciendo en ella, exige reposo, quietud, serenidad, contemplación. Quien va corriendo por la vida o por la ciudad, o por el mundo, ni mira, ni aprecia, ni comunica ni contempla. ¿Sabrá enseñar serenidad, contemplación incluso, sabrá, en suma, enseñar a leer?” Agrega, en concordancia con OYG, cuatro características esenciales de la Universidad: a) la grandeza, que no es soberbia. Quien es grande no lo cree así, los demás lo dicen de él; b) La sabiduría, que no es erudición, sino saber leer el mundo con una mirada atenta y amable; c) la magnanimidad, que no es insensatez; d) el sentido del humor. Cualquier profesional sin sentido del humor es un peligro.
La calidad universitaria no se consigue con leyes ni generalizaciones, sino brindando información, sobre las instituciones, para la libre elección del público, y con exigencias para su constitución. El mundo ya no es el de antes. La complejidad y el cambio son los elementos que nos circundan. La educación es el resultado de las vivencias culturales, sociales, políticas, económicas y, especialmente tecnológicas y científicas, todas las circunstancias – como afirmaba OYG - que afectan al hombre, en especial el ejemplo de sus líderes.
Hoy, factores que ni siquiera se mencionaban hace dos décadas, configuran la Misión de las instituciones modernas y, por supuesto, de la Universidad que, finalmente, es el Alma Mater de los hombres que dirigen e integran las organizaciones: globalización, cambio climático y medio ambiente, responsabilidad social, derechos humanos y tolerancia, Inclusión, inversión, condiciones diferentes del empleo, investigación y tecnología, el Espacio y nuevos mundos, internet, inteligencia artificial, robótica, arte futurista y el abstractismo virtual, agricultura y consumos saludables, prospectiva y Desarrollo Organizacional.
En los países desarrollados, las mejoras tecnológicas, los cambios sociales y las reformas económicas, se generan en los centros de investigación y cultura de las universidades. Siempre orientándose hacia la mejora de las condiciones de vida de la humanidad, para lo cual se requiere estabilidad en el entorno. La pobreza no se elimina con el simple crecimiento económico. El PBI, como decía Robert Kennedy, ‘mide todo menos lo importante’.
Cuando las universidades se convierten en fábricas de títulos en vez de generadoras de opciones de desarrollo y progreso, pierden su razón de ser e, incluso, afectan la inteligencia del país y la confianza en sus profesionales. Además, en muchos países la Academia se encuentra divorciada de la Empresa. Es fundamental establecer una relación en dos direcciones, de forma que la Universidad ofrezca lo que el país requiere para su crecimiento e inclusión.
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