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Carlos Ginocchio / Lima, la bella (1 de 2)


En 1964, Sebastián Salazar Bondy (1924-1965), publicó ‘Lima, la horrible’, denominándola así por su idealización del pasado colonial, considerándolo como la Arcadia, un paraíso según la mitología griega, aunque para Polibio, una localidad inhóspita; sin embargo, en el siglo XVI, Garcilaso de la Vega y Tomás Moro la habían retratado como el edén, donde la naturaleza se mantiene virginal, y sus habitantes poseen grandes dotes musicales. Una polémica para una próxima columna,


Salazar Bondy señalaba problemas que no se atienden, el dominio del cemento como símbolo de desarrollo antes que la cultura, y reconociendo su patrimonio histórico y hermosas edificaciones, por lo que jamás pensó que el nombre de su ensayo sería utilizado popularmente para referirse a Lima cuando alguien se queja por una deficiencia de la capital. De lo que estoy seguro – y hasta apostaría – es que por lo menos 90% de quienes utilizan la expresión ‘Lima, la horrible’, no han leído el ensayo, y más aún, desconocen el nombre de su autor.


Lima tiene la mustia distinción mundial de ser la única capital de un país que es vituperada por los habitantes del mismo. He recorrido muchos países del planeta, y aunque he escuchado a ciudadanos criticar a sus gobiernos, leyes, autoridades, líderes de opinión, y problemas de alguna ciudad, nunca he apreciado que un estadounidense se refiera de forma execrable a Washington DC, un cubano a La Habana, un brasilero a Brasilia, un portugués a Lisboa, un chino a Beijing, o un turco a Ankara.


Los tiempos han cambiado, y Lima es muy diferente a la segunda mitad del siglo pasado. Una encuesta realizada por Vox Populi en 2017 señala que 75% de los residentes limeños son migrantes de primera o segunda generación, provenientes de distintas regiones, predominando Lima Provincias, Cajamarca, Junín, Ancash, La Libertad, Piura, Ayacucho, Huánuco, y San Martín. Un crisol de etnias y costumbres – costa, sierra, selva – que integran una nueva identidad común.


Para Rolando Arellano, “Lima es una mezcla del Perú, y en 2022 es muy difícil encontrar algún habitante de Lima que no tenga alguna raíz provinciana reciente: padre o abuelo huanuqueño, arequipeño o piurano, entre otros. Allí vive una primera generación de nuevos limeños. Esta generación de “pioneros” sufrió para asentarse, conservó sus costumbres provincianas, y se juntó en clubes de su terruño…”. Quienes promueven el enfrentamiento entre Lima y las regiones, soslayan lo están haciendo entre provincianos, y por lo tanto, entre peruanos.


Consciente o inconscientemente, personas de buen talán y violentistas, especialmente estos últimos, achacan a Lima los males de todas las regiones, como si estas no tuvieran sus propias autoridades con recursos presupuestales importantes, canon, y regalías, que no son utilizados, y cuando los ejecutan lo hacen en obras improductivas y hasta con corrupción, esta última en todos los niveles de gobierno del país.


Quienes hablan de los limeños en sus zonas de confort, desconocen su realidad. ¿Lo están los emprendedores de Gamarra, Villa El Salvador, los mercados zonales, los pequeños restaurantes y bodegas, los trabajadores que deben desplazarse más de una hora para llegar a nuestros centros de trabajo?, acaso 1.5 millón de habitantes en distritos como San Juan de Lurigancho, Carabayllo, Los Olivos, Independencia, y otros, sin acceso al agua potable. En Lima, empleados y obreros no disponen de tiempo para dormir una siesta, hábito común y reparador, y no distinguimos personas sentados en las bancas de las plazas, en días laborables, como ocurre en las provincias. Qué envidia ese confort.


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