Según WIKIPEDIA, el término ‘leyendas urbanas’ fue “acuñado en 1968 por el folclorista estadounidense Richard Dorson, definiéndolo como “historia moderna que nunca ha sucedido, contada como si fuera cierta”. Jan Harold Brunvand, profesor de la Universidad de Utah, popularizó el concepto a través de libros, como ‘El autoestopista fantasma’ (1981). El filósofo Karl Hepfer, en su obra ‘Teorías conspirativas: una crítica filosófica de la sinrazón’, concluyó que eran formas simplificadas de interpretar la realidad para regresar a situaciones anteriores, estableciendo como buenos a unos y malos a otros, según las identificaciones de cada autor, y ciertamente, sin base real histórica o científica. La mitología se diferencia en que forma parte de una cultura que buscaba, en tiempos antiguos, explicar el origen del mundo y sus fenómenos, sustentados en leyendas, y transmitidos por vía oral la mayoría. No tiene un objetivo personal o de grupo.
Están de moda las noticias falsas por la red de internet, conocidas como ‘fake news’ - palabra del año según el diccionario Collins, en 2017 – cuyo fin es influir en los comportamientos de una sociedad para beneficios económicos, políticos, o de cualquier tipo. La mayoría de países no posee legislación que penalice sus autores que, además, es difícil ubicarlos. Este tipo de desinformación existe desde siglos atrás, hoy con mayor alcance por las redes sociales, la ingenuidad y displicencia de receptores para verificar fuentes. Un nefasto personaje que utilizó la mentira para sus fines fue el genocida Hitler, a través de su ministro de Propaganda, Joseph Goebbels.
Desde nuestra niñez hemos sido bombardeados con leyendas urbanas, algunas originadas en creencias transmitidas generacionalmente, otras más inocuas: precaución con el arribo de gitanos que secuestran a los niños, prohibición de bañarse en el mar durante la Semana Santa por el riesgo de convertirse en sirena (o tritón, supongo); el hombre nunca llegó a la Luna y fue un fraude de la NASA para triunfar en la carrera espacial, y ello a pesar que los orbitadores lunares han fotografiado los módulos abandonados y las huellas en la superficie que los reflectores laser que dejaron allí (https://www.abc.es/ciencia/); el gobierno de Estados Unidos estaba enterado del ataque japonés a Pearl Harbor, y lo permitió para ingresar a la conflagración mundial en 1941, como también tenía conocimiento de la agresión terrorista a las Torres Gemelas el 9 setiembre 2001; el origen del Sida y el Covid 19 provenientes de animales o laboratorios que pretendían infectar el planeta, y por supuesto el chip en las vacunas para dominarnos.
Como si fuera poco existen versiones que Adolfo Hitler, Pedro Infante (Antonio Pedro Hurtado Borjón decía ser el verdadero, y falleció en 2013), Elvis Presley, Juan Gabriel, Alan García, y el narcotraficante apodado ‘Mosca Loca’, no fallecieron y continuaron su vida en otra localidad o cuerpo. De lo que no cabe duda es que estas exégesis son atractivas al público y caldo de cultivo para el Cine y la Televisión. Se aprecia que muchas de estas narrativas tienen como objetivo desacreditar sistemas y países opuestos a las convicciones de quienes las conciben. Decía Vargas Llosa que el fanatismo es el mayor enemigo de la modernidad. Agrego que la superficialidad es el mayor pecado.
El Cine y los medios de comunicación han contribuido al despelote y la confusión imperante. El color, especialmente el gris, ha reemplazado el blanco y negro. La inocencia, virtud de dinosaurios; la palabra, un mito; la amistad, un negocio; la honestidad, un disfraz, cada persona tiene su propia verdad, y desbarra de lo que no reconoce, ignorando espacio y tiempo histórico, evaluando los sucesos del pasado con la visión sesgada del presente. Futbolistas y cantantes ganan muchísimo más que médicos y científicos. La Música no requiere de letra, la Poesía abandonó la rima. En el mundo de los ciegos, el tuerto es rey, más aún si cuenta con popularidad o una buena billetera.
En la crisis que atravesamos son dos las leyendas urbanas que nos fustigan: la creencia que, con el mandato constitucional, vivimos en una economía social de mercado, y nada más falso, pues se permiten oligopolios y atropellos al consumidor. La banca cobra intereses que rayan en la usura. Los medicamentos cuestan más de tres veces que en países vecinos. Las empresas de telefonía atienden los reclamos como les viene en gana. Los organismos estatales también aportan con exigencias que solo son un sendero para la ‘coima’. La segunda es el convencimiento que modificando la Constitución se revertirán estas situaciones. La solución está en modificar los hombres y en percatarnos que mientras marchamos, unos para que ‘Reaccione Perú’, y otros para la ‘Toma de Lima’, los grandes empresarios siguen ganando fortunas y los políticos, sueldos superiores al promedio nacional. Sería conveniente tanto Ejecutivo como Congreso se otorguen una tregua y solucionen los problemas referidos. Si lo consiguen, la población les estará agradecida, y podrán retornar a sus querellas.
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