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Carlos Ginocchio / Las puertas abiertas


En la mitología griega, Pandora fue la primera mujer, creación de Hefesto por orden de Zeus, y quien abrió el ánfora que contenía todas las desgracias que afectan a la humanidad, la misma que se cerró justamente antes que saliera la esperanza, virtud teologal que Dante menciona en su ‘Divina Comedia’, con un rótulo en el infierno: “los que aquí entráis, perded toda esperanza”.


La historia de la humanidad tiene en común una lucha constante por el reconocimiento de los derechos humanos y civiles de las sociedades, en busca de igualdad de oportunidades y reconocimiento ante las leyes y los estados, combatiendo instituciones como la Inquisición y el feudalismo en los siglos XV y XVI, el esclavismo, gobiernos monárquicos, totalitarios y autoritarios, así como la discriminación y el sexismo hasta nuestros tiempos. Son notables las conquistas por la jornada laboral, el voto femenino, y la igualdad racial, entre otros. Regímenes como el fascismo italiano, el nazismo alemán, el estalinismo soviético, el comunismo de Cuba, y africanos como el de Gadafi o el actual venezolano, no deberían continuar ni repetirse, pues atentan contra los bienes más importantes del ser humano: la vida y la libertad.


Esas justas luchas han conducido a ideologías con métodos heterodoxos y camuflados de una falsa libertad que se ha convertido en libertinaje, recurriendo a argumentos sofistas que desconocen la realidad de cada época e incitan a la pasión y el odio de las clases aún desfavorecidas, lejanos a un auténtico humanismo, la ética y el respeto a la vida, la historia, y el esfuerzo ciudadano.


En la búsqueda desesperada por legítimas igualdades se abrieron las puertas a excesos. En Francia se procedió a eliminar los crucifijos de las aulas como deferencia a los estudiantes musulmanes, como si en los países de estos últimos tuvieran iguales consideraciones. Independiente a la validez y hasta legalidad del reclamo, se permite pasivamente la toma de carreteras en las protestas sin ninguna acción de corrección, afectando a ciudadanos que no tienen ninguna responsabilidad en las demandas. Por un extraño complejo, se modifican nombres de marcas como si la palabra ‘blanquita’ fuera un agravio. Se excluyen películas como ‘Lo que el viento se llevó’ o los filmes ‘Dumbo’, ‘Peter Pan’ o ‘Los aristogatos’ de Disney, por considerarse sexistas y discriminadores, e incluso se sugiere eliminar el beso del príncipe a Blancanieves por no ser consensuado.


Se pintarrajean y derriban estatuas de escritores famosos como Cervantes, acusándolos Dios sabe de qué. Se propone el cambio de nombre a la capital de los Estados Unidos porque George Washington tuvo esclavos. En resumen, se pretende juzgar la historia, desconociéndola, bajo una óptica racionalista ajena a las épocas pasadas, y en ese proceder se pretende introducir paquetes como la eutanasia o el aborto, con los empaques de equidad, y cuando encuentran oposición a los mismos, arguyen al estigma de ‘ilegitimidad’; es decir, las autoridades elegidas por el pueblo son ‘ilegítimas’ cuando no obedecen a sus infames proposiciones.


Con ese raciocinio se puede barruntar hasta la existencia del Neanderthal por considerarlo ‘machista’, pero lo curioso es que no se critican películas como ’50 sombras de Grey’ donde el dominio del varón a la mujer es evidente, o programas a todas luces segregacionistas o que promueven la violencia. En ese cambalache aparecen movimientos extremos, desde el socialismo del siglo XXI y adláteres, que proponen las incoherencias mencionadas, hasta los fanáticos neonazis y de ultra derecha con propuestas intolerantes y opresivas. El gris – y hablo de colores – desaparece, y el blanco y negro dominan la escena.


Si inicialmente era un resquicio, luego la puerta completa, hoy se ha convertido en un portón debido a la majadería de clases dirigentes en la empresa, la política, la prensa, y hasta en la Iglesia. Empresarios dispuestos a aceptar cualquier sandez y auspiciar emprendimientos pensando en la difusión de sus productos antes que en los valores de los mismos. No importa la razón ni los principios, sino el rating y los votos, y en muchos casos han sido sacerdotes quienes se han plegado a insensateces solo por defender un ideario apartado de la doctrina cristiana, y conservar su etiqueta de progresista.


La humanidad tiene períodos cíclicos, algunos con mayor duración que otros, dependiendo de las épocas y los países, aunque lamentablemente algunas sociedades repiten decisiones que han fracasado anteriormente en el mundo o en su propio país; no obstante, al final valores, principios, argumentos democráticos y respeto a la vida acaban por imponerse y recuperase donde han sido soslayados, pues estos son universales y permanecen perennes como la hierba. Nos toca mantener la calma, evitar la exasperación, y contribuir a iluminar a quienes aceptan o promueven continuar con la puerta abierta, para cerrarla de una vez por todas.


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