“Aún no he muerto, ahora les toca a ustedes terminar la obra comenzada, siguiendo el camino que les he trazado”, expresión del estudiante de medicina Daniel Alcides Carrión (1857-1885) tras infectarse sangre de un paciente de verruga para demostrar la causa de la enfermedad, conocida luego como enfermedad de Carrión, y que le costó la vida.
“El aviador caído, pero sobre el objetivo”, frase del teniente FAP, el chiclayano José Abelardo Quiñones (1914-41) que, en el conflicto con Ecuador, el 23 de julio de 1941, cuando su avión fue alcanzado por el fuego en Quebrada Seca, prefirió inmolarse arrojándose sobre una posición enemiga, y destruyéndola, antes que perder su nave, y salvarse utilizando su paracaídas.
“Antes muerto que ver mancillada la bandera peruana”, gritó el coronel Alfonso Ugarte Vernal (1847-1880), quien perdió la vida en la batalla de Arica. El joven tarapaqueño Ugarte poseía una fortuna que representaría hoy US$ 100 millones (yacimientos de salitre, bonos en libras esterlinas, hacienda e inmuebles), y prefirió organizar el batallón Iquique para defender a su país en vez de abandonarlo y refugiarse en Europa (‘La República’, 22 setiembre 2019).
Ramón Zavala (1853-80) destinó su fortuna para formar un batallón. Llamado ‘el padre de sus soldados’, con el grado de teniente coronel, combatió en Tarapacá y en Arica, donde murió alcanzado por una bala que le atravesó el ´pecho. En carta dirigida a sus familiares escribió: “tengan la seguridad que, si no triunfamos y no hacemos de Arica un segundo Tarapacá, su defensa será de tal naturaleza que nadie en el país desdeñará reconocer en nosotros sus compatriotas, como los defensores de la honra e integridad de nuestra Patria".
El comerciante tacneño Justo Arias Aragüez, ‘el bravo entre los bravos’, se reincorporó al ejército con el grado de coronel, entregando su vida en Arica, respondiéndole a un soldado chileno que instaba su rendición: “No me rindo, carajo”. Lo cuenta el historiador chileno Nicanor Molinare Gallardo, testigo de los hechos.
Dice Basadre de Ugarte, Zavala y los civiles que combatieron en la guerra del Pacífico, “eran hombres de trabajo, muy unidos al pueblo, se divertían con ellos y muy peruanos en sus hábitos, ideas, y gustos”, lamentando que “allí hubiera estado el germen de una nueva clase conductora celosamente patriota que no tuvimos”.
El coronel Francisco Bolognesi escribe en mayo de 1880 a su esposa María Josefa: “Dios va a decidir este drama en que los políticos que fugaron y los que asaltaron el poder, tienen la misma responsabilidad. Unos y otros han dictado con su incapaz conducta, la sentencia que nos aplicará el enemigo. Nunca reclames nada para que no crean que mi deber tuvo precio”.
Miguel Grau, en Angamos el 8 de octubre de 1879: “En este buque nadie se rinde”.
Túpac Amaru cuando enfrenta al visitador Areche: “Aquí solo hay dos culpables: Tú por sojuzgar a mi pueblo y yo por querer liberarlo”.
El niño piurano de 14 años, Alejandro Sánchez Arteaga, cuando el 10 de marzo de 1951 ofrenda su vida al ingresar a un inmueble que se incendiaba en el distrito de La Victoria, para rescatar a cuatro niños. Rescató a dos y murió al caerle una viga cuando tenía los otros dos en sus brazos.
Nuestro pescador chorrillano, José Olaya (1789-1823), detenido por los realistas cuando trasladaba a nado cartas a los patriotas entre la Gobernación del Callao y los Patriotas de Lima, se tragó la correspondencia y pese a ser torturado se negó a cualquier delación, pronunciando el 29 de junio de 1823: “Si tuviera mil vidas, con gusto las daría por mi patria”.
La ayacuchana María Parado de Bellido (1777-1822) que transmitía información sobre las tropas españolas, siendo capturada y fusilada al negarse a traicionar a su país: “no estoy aquí para informar a ustedes, sino para sacrificarme por la causa de la libertad”.
Existen movimientos que buscan desacreditar la historia para crear una nueva, que responda a sus intereses, destrozando monumentos, ridiculizando a los verdaderos héroes, y juzgando acontecimientos del pasado con la óptica del presente. Incluso, pretenden denominar como héroe a cualquier fallecido en un accidente o protesta política.
Aunque el diccionario define al heroísmo como ‘acción, actitud o comportamiento de valentía, virtud o capacidad sobresaliente para enfrentar el peligro o la adversidad en bien de otros”, rescato del abogado Robert Green Ingersoll: ‘cuando la voluntad desafía al miedo, cuando el deber lanza el guante hasta el destino, cuando el honor desprecia a un compromiso con la muerte”, a lo que agregaría cuando el deber se antepone a la vida, o prefiere la muerte a la vergüenza o el deshonor.
Lamentablemente personalidades famosas han deformado el concepto con frases con validez únicamente literaria, como Gabo (El heroísmo, en mi caso, consiste exclusivamente en no haberme dejado morir de hambre y de sed durante diez días) o Anatole France (La historia me ha enseñado que sólo aparecen los actos heroicos en las derrotas y en los desastres), pero ante ellos aparece ‘el sabio de Chelsea’, Thomas Carlyle, colocando los conceptos en orden: “el culto al heroísmo existe, ha existido y existirá para siempre en la conciencia de la humanidad”.
Son penosas las matanzas realizadas por el terrorismo o los fallecidos en manifestaciones o paros políticos, lo que no significa que a las víctimas se les considere heroicas. Son excepcionales, en cambio, las actuaciones de los pasajeros del vuelo 93 de UA que se rebelaron contra los terroristas generando el avión se estrellase en el campo en vez de la urbe, o los médicos que acudieron a combatir la pandemia en el primer instante, exponiéndose a la muerte, cuando aún no contaban con las debidas protecciones.
Entre los héroes reconocidos en nuestro Perú hay limeños, provincianos, hijos de extranjeros, de etnias, sexos, edades, y ocupaciones diferentes. Valoremos sus conductas, ejemplo para generaciones, y combatamos a quienes los denigran pretendiendo crearnos ídolos de barro.
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