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Carlos Ginocchio / Hablemos de moral


La RAE define la ‘moral’ como ‘acciones de las personas en relación con el bien o el mal y en función de su vida individual y, colectiva’, ‘conformidad con las normas que una persona tiene del bien y del mal’, y lo más significativo: ‘que concierne al fuero interno o al respeto humano, y no al orden jurídico’, lo cual indica claramente que pueden existir comportamientos legales, aunque claramente inmorales.


En Wikipedia, es el ‘conjunto de costumbres y normas que se consideran "buenas" para dirigir o juzgar el comportamiento de las personas en una comunidad. La cuestión está en quienes deciden que es ‘bueno’. La distingue de ‘ética’, en que ésta es una moral transcultural o universal, aunque suelen confundirse. La moral permite distinguir cuáles acciones son buenas y cuáles son malas con criterios objetivos’.


Para Platón, la ética establece la felicidad como base de la vida moral, y esta requiere el cultivo de su alma, el bien común, y la armonía de la propia vida, conceptos elásticos en la sociedad actual, donde la percepción de ‘bien común’ y ‘armonía’ varía de una persona a otra, y la dicha en ocasiones se fundamenta en conductas deshonestas. Aristóteles fue más contundente el definirla como la ‘práctica de la virtud y contemplación de la verdad’, con lo que desbarata la inclinación actual que cada ser tiene su propia verdad, como si pudieran coexistir muchas, incluso contradictorias.


Confucio la consideraba ‘la luz de la inteligencia para distinguir el bien del mal’, lo cual presenta el inconveniente de la justificación de inmoralidad en aquellos cuya inteligencia es limitada. Marcel Proust hace gala de un realismo cínico: ‘tan pronto como uno es infeliz se hace moral’, aplicable a las autoridades que denuncian hechos deshonestos cuando son despedidos, y no mientras gozan del poder. Marguerite Yourcenar introduce una nueva clasificación: ‘la moral es una convención privada; la decencia, una cuestión pública’, entendida como la rectitud que impide cometer actos delictivos, ilícitos o moralmente reprobables.


Schopenhauer acierta cuando afirmaba que ‘predicar moral es cosa fácil; mucho más fácil que ajustar la vida a la moral que se predica’, característica de nuestros políticos. La expresión más valedera de los principios cuyo cumplimiento constituyen una real base ética, son los Diez Mandamientos que Dios entregó a Moisés, con sentencias como ‘no robar’, ‘no matar’, ‘no mentir’, entre otras, y los ‘Ama Sua, Ama Llulla y Ama Quella’ de nuestra cultura incaica.


El artículo 113 de nuestra Constitución establece que el presidente de la República puede ser vacado por su ‘permanente incapacidad moral o física’, y ello se ha convertido en un tema de debate por dos circunstancias: a) cuales son las demostraciones de incapacidad moral del gobernante, y b) la cantidad de votos necesaria para declararla. Soslayando la aritmética, el hecho de presentarse a un cargo para el cual no se estaba preparado, la mentira, las propuestas a todas luces irrealizables, el nombramiento de personas no capacitadas – por más intencionadas – en puestos claves para el país, la falta de transparencia, demuestran incapacidad moral, donde el tema de permanencia es insustancial pues para señalar a una persona como deshonesto no es necesario que sus expresiones en dicho sentido sean recurrentes; no obstante, ¿cuánta moralidad reúnen los críticos y candidatos potenciales a reemplazar al presidente’. ¿Se puede hablar de moral en personas investigadas por diferentes delitos, o infracciones administrativas que, sin ser una transgresión, son éticamente reprobables, en maltratadores a las mujeres, relacionamiento con subversivos o no reconocimiento de hijos y deudas?


El problema es que recurrimos al tema de la incapacidad moral solo cuando se intenta vacar a un presidente, y de paso al cierre del Congreso, lo cual no le hace bien a nuestra democracia, pero no apelamos al mismo para la aceptación - y evaluación – de candidatos por nuestras autoridades electorales. De aplicarle a estos las valoraciones de nuestro pasado incaico, la mayoría ya estarían jubilados. Ahí es donde se requiere el cambio, aunque las esperanzas son exiguas.


¿Es lo mencionado solo propio del Perú, y de la política?, el declive se presenta existe en todas las actividades (prensa, iglesia, poder judicial, milicia, empresa), y en gobernantes de todos los pelajes, como Putin, Trump, Bolsonaro, Maduro, Ortega, Díaz-Canel, Kais Saied, y Kim Jong-Un. La ventaja de países como Estados Unidos es que su poderosa institucionalidad permite el reemplazo del mandatario y evita su permanencia indefinida.


Decía Simón Bolívar que ‘los legisladores necesitan una escuela de moral’, aunque esta se inicia en el hogar, y aunque no existe la perfección humana, sí es factible observar su tendencia a repetir acciones consideradas faltas de ética. Debemos retornar a los valores y a la serenidad (especialmente en la prensa y las las redes sociales), pues en caso contrario, los males no provienen del comunismo ni del capitalismo, sino de la carencia de moral (la capacidad de gestión no puede estar separada de esta), y como decía el filósofo Demócrates, polímata y fundador del atomismo hace 25 siglos: “todo está perdido cuando los malos sirven de ejemplo y los buenos de mofa”.


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