El hablar de épocas anteriores respetaba mucho el idioma y soslayaba la abreviatura o la sigla, forma superficial de expresión poco ecuménica y comprensible solo por un grupo, y, además, la conversación era parte de la formación, y el ‘aggiornamento’, con dichos y refranes para un mejor entendimiento. Así fue como crecimos.
“La misma vaina” y “La misma jeringa con diferente bitoque (el tubo de la jeringa)”, se refieren a cuando nos ofrecen una solución a un problema, o el reemplazo de un producto, aparentemente diferente, pero que en el fondo es igual. Dieron origen a “la misma chola con diferente vestido”, hoy seguramente considerado racista.
A mi padre y sus amigos escuchaba “paciencia y buen humor” ante un suceso incómodo, complicado o adverso. Según la web Billiken – revista argentina que adquiríamos en la década de los 70’ del siglo pasado - su origen es el siguiente: como lo indica el periodista argentino Daniel Balmaceda en “Historias de letras, palabras y frases” (2014), el origen de las expresiones “Buen humor” y “Mal humor” se remonta a la Edad Media. En esa época quedó establecido que el cuerpo humano contenía cuatro líquidos diferentes: bilis amarilla (llamada cólera), bilis negra, sangre y flema. El análisis de esos cuatro componentes iba más lejos: se consideraba que la proporción de líquidos definía el carácter. Un exceso de bilis amarilla significaba “mal genio”. Una mayor cantidad de bilis negra provocaba melancolía. Quien tenía mucha flema era flemático (es decir, sereno, imperturbable o, también, perezoso), mientras que los que poseían más sangre eran los apasionados. El nombre genérico de los cuatro líquidos corporales fue “humor” y gracias a aquella interpretación de los líquidos en la Edad Media, hoy se habla de “buen humor” y “mal humor”. Hoy en día las expresiones “Buen humor” y “Mal humor” se utilizan sin pensar en el contexto que les dio origen. Por extensión, el “buen humor” alude a un estado de alegría o buena disposición y el “mal humor” hace referencia a un estado de enojo o irritación.
'Estar en Babia' se aplicaba a personas absortas en sus pensamientos o distraídas, y hoy se ha transformado, en la jerga popular, en expresiones como ‘más perdido que Adán en día de la madre’ o ‘más perdido que cuy en tómbola’. Su origen está relacionado con algunos reyes de León que acostumbraban a descansar en este municipio, para practicar la caza, la pesca y escapar de las intrigas de la Corte. Cuando los monarcas regresaban a palacio y no querían ser molestados, sus sirvientes tenían orden de excusarlos diciendo “estaban ausentes, se encontraban en Babia", que es una comarca de León (España), abundante en aguas y verdes praderas.
“No eches más leña al fuego” o no agregues más gravedad al conflicto o problema suscitado que ya es suficientemente complicado para agrandarlo. También se usa para calmar a un cizañero que pretende incrementar la dificultad. Anteriormente al siglo XVII ya era usado con esa intención. Es parte del uso del término que lo compone ‘pábulo’, el cual proviene del latín ‘pabŭlum’ que era como se denominaba al pasto de los animales y que derivó en un vocablo con el que referirse también a cualquier tipo de sustento o alimento. Muy probablemente surgió como clara alusión que quien arremete con mala intención, lo hace ‘alimentando’ una situación…. cuanto más dice, más feas se ponen las cosas. Con el paso de los siglos el término pábulo (y la expresión ‘dar pábulo’) quedó exclusivamente para referirse a la acepción que se le da hoy, quedando prácticamente olvidado el hecho de alimentarse o dar de comer el pasto al ganado.
“Te has metido en camisa de once varas”, se usaba para indicarle a alguien que se encontraba en una situación complicada, casi imposible de superar, o que estaba inmiscuyéndose en asuntos que no le competen o no tenía la capacidad para resolverlos. Según Wikipedia, su origen se sitúa en la Edad Media, en la ceremonia de adopción de un niño. El padre debía meter al niño por la manga de una camisa grande, hecha para la ocasión. Luego lo sacaba por la cabeza o el cuello de la prenda, y daba un fuerte beso en la frente, como prueba de aceptación de la paternidad. El dicho refleja una exageración en las dimensiones de la camisa, la cual no podía medir once varas, ya que una vara son 84 centímetros. Así, la camisa mediría 9,24 metros. Más probable es que en la época medieval el término ‘camisa’ se refería a la parte exterior de una muralla entre dos torres. Con lo cual una camisa de once varas es una muralla de 10 metros de altura, por lo que es una interpretación más adecuada. También puede rastrearse en las actividades pastoriles de la zona de Salamanca, donde los pastores, para resguardar sus rebaños durante la noche, los cercaban en una corraliza desmontable construida de cañas y telas, llamada cañiza de once varas castellanas. El apiñamiento del ganado lanar en tan reducida superficie hace prácticamente imposible poder desplazarse por la misma.
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