Disertación del Presidente John Fitzgerald Kennedy, Capitolio de los Estados Unidos, Washington D.C., 20 de enero de 1961:
“A nuestras repúblicas hermanas al sur de nuestras fronteras les ofrecemos una promesa especial: convertir nuestras palabras en hechos en una nueva alianza para el progreso, con el fin de ayudar a las personas y gobiernos libres a romper las cadenas de la pobreza.
Pero esta pacífica revolución de la esperanza no puede convertirse en presa de potencias hostiles. Todos nuestros vecinos han de saber que nos uniremos a ellos para luchar contra la agresión o subversión en cualquier lugar de las Américas. Y que cualquier otra potencia sepa que este hemisferio pretende seguir siendo el amo en su propio hogar.
A esa asamblea mundial de estados soberanos, las Naciones Unidas, nuestra última gran esperanza en una era en la que los instrumentos de la guerra han superado a los instrumentos de la paz, le renovamos nuestra promesa de apoyo para evitar que se transforme en un simple foro de injurias, a fin de fortalecer la protección para los nuevos y los débiles, y expandir su área de influencia.
Por último, a esas naciones que se transformarán en nuestros adversarios, no les ofrecemos una promesa, sino una solicitud: que ambos bandos comencemos nuevamente la búsqueda de la paz, antes de que los poderes oscuros de la destrucción desatados por la ciencia envuelvan a toda la humanidad en su propio exterminio, deliberado o accidental. No osemos tentarlos con la debilidad, porque solo cuando tengamos la seguridad de que nuestras armas son suficientes podremos estar completamente seguros de que nunca serán usadas.
Pero tampoco es posible que dos grandes y poderosos grupos de naciones se consuelen en nuestra realidad actual, ambas partes sobrecargadas con el costo de las armas modernas, ambas justificadamente alarmadas por la constante expansión del átomo mortal, pero ambas compitiendo en una carrera por alterar el inestable equilibro del terror que detiene la mano de la última guerra de la humanidad.
Así que empecemos nuevamente. Recordemos ambas partes que la civilidad no es una señal de debilidad, y que la sinceridad siempre se somete a prueba. Que nunca negociemos por miedo, pero nunca temamos negociar. Permitámonos analizar qué problemas nos unen, en lugar de detenernos en los problemas que nos dividen.
Que ambas partes, por primera vez, formulemos propuestas serias y precisas para la inspección y el control de las armas, y para que el poder de destruir a otras naciones esté bajo el control absoluto de todas las naciones.
Tratemos de invocar las maravillas de la ciencia y no sus terrores. Juntos exploremos las estrellas, conquistemos los desiertos, erradiquemos las enfermedades, aprovechemos las profundidades del océano y fomentemos el arte y el comercio.”
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