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Foto del escritorCarlos Ginocchio

Carlos Ginocchio / Cualquier tiempo pasado (2 de 2) 



En la década de los 70’ y 80’ del siglo pasado, si una persona joven o mayor, se te acercaba y manifestaba que sentía ser un árbol, un gato o un niño, te habrías reído, y ante su insistencia, habrías pensado era candidato a un manicomio, o por lo menos a un psiquiatra.  En nuestra niñez, todos alguna vez nos sentimos Hércules, Dartagnan, o ‘Perico’ León, pero en el juego, pues éramos conscientes de quienes éramos. Épocas en que llamábamos a las cosas por sus nombres, sin hipocresías ni falsos eufemismos.

 

Los desempleados eran gente sin ‘chamba’, y no ‘consultores’. Los políticos tenían vergüenza y renunciaban cuando la prensa exponía una falta de ética o un error importante ante la población, peor aún en el caso de un delito. No existían los ‘Pico de la Mirandola’ del siglo XV, que conocían todas las artes y ciencias existentes, como hoy que todos opinan de todo. La “U” y el Alianza Lima eran rivales, no enemigos, y nunca hubo fallecidos en las broncas entre barras.

 

¿Qué es lo que ha generado este maremágnum? Las causas de los cambios siempre son varias y diversas en el tiempo, pero desde mi perspectiva señalaré a tres como las más determinantes. La primera es que, ante los excesos en prejuicios, exclusiones y fanatismos en el siglo XX, y en los anteriores, se inició una corriente de ‘tolerancia’ que se convirtió en ‘permisividad’, donde la Verdad desapareció, y cada persona tiene la suya.

 

El sentimiento desplazó a la razón, y de esta forma tomó vigencia la frase de Groucho Marx: “éstos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros". En 1986 asistí a una exposición de supuestamente arte realista, en Barcelona, donde en una cápsula de cristal se presentaba un ticket del subterráneo y una caja de fósforos, con el título de ‘Incendio en el Metro’.  La censura, considerada un detrimento ha sido afortunadamente abolida, pero en beneficio de los excesos y el libertinaje, aunque atenten contra el buen gusto, la ética y la moral.

 

La segunda causa corresponde a la búsqueda del logro de objetivos – más visible en las empresas - dónde se exigen acciones ‘para ayer’, y la trillada frase de muchos conferencistas, que lo ‘único permanente es el cambio’, todo es reemplazable en cortos períodos, incluyendo las relaciones humanas. Nada vale la pena conservarse. Un consumismo extremado, sin límites, y con ello se inició el relacionamiento del éxito con la riqueza y la popularidad, como sea hayan sido conseguidas estas.

 

La persona acaudalada es aplaudida socialmente y recibida en todos los ambientes, sin importar su decencia, integridad, y rectitud. Los ‘populares’, igual, por lo que hoy en la prensa y las redes sociales, lo importante no es ‘ser’ (muestra de capacidades), sino ‘aparecer’ (como sea, en lo que sea). Hemos llegado al extremo que el cumplimiento de la ley se subordina a la aceptación y popularidad de la misma, y el delincuente suscita más comprensión que las fuerzas del orden.

 

La tercera está en extremar la democracia, donde para ser elegido a un cargo público, los requisitos prácticamente no existen, y son mayores para un puesto de mensajero, que para un congresista o alcalde. La prensa y las redes sociales tienen gran responsabilidad pues hoy el periodista es más opinante que noticioso, más influencer que formador, un término creado para denominar a cualquier terráqueo que cuenta con miles de seguidores, aunque su discurso no sea idóneo, pero apela a las inseguridades, escasa autoestima, necesidad de un guía, y deseos de diversión de las mayorías. El objetivo no es publicar temas de calidad ‘levantando’ el nivel del público, sino darle a este lo que demande, se trate de lo que fuere, aún con basura y grosería, y en el mejor de los casos con banalidades. La prueba está en el mayor número de portadas, minutos y espacios dedicados a los affaires de Paolo Guerrero con un club de fútbol, y a las infidelidades del futbolista Cueva y el cantante Domínguez, antes que a los problemas de fondo que afectan a la comunidad.

 

¿Es necesario retornar al pasado? No, además que los túneles del tiempo solo existen en la ficción. Es imperioso revisar los sistemas educativos, potenciar la ética y la moral, promover la protesta sin violencia, respetar la ley independiente a su aceptación popular, y especialmente, marginar a quienes delinquen o atentan contra las normas y comportamientos, aunque lo suyo no sea delito. La legitimidad no puede desplazar a la legalidad. Y la aceptación de la necedad no es tolerancia, sino complicidad y estupidez, pero, ¿quién o quienes le ponen el cascabel al gato?


 

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