En una conferencia virtual, hoy tan frecuentes, escuché a dos connotados periodistas disertar sobre la situación del país, con una conclusión común: incertidumbre e inestabilidad, y aunque uno se mostró preocupado por la posibilidad que en las próximas elecciones triunfe una opción populista y de la izquierda radical, la comunicadora fue más precisa al señalar el resquemor ante una alternativa de esta naturaleza, sea de derecha o izquierda.
El populismo tuvo su origen en Rusia, en el siglo XIX, conocido como ‘narodnismo’ fue el nombre de un movimiento que intentaba reemplazar la monarquía por una democracia, lo que no se ha conseguido hasta la fecha, y se definió como una tendencia política que pretendía atraer a las clases populares. A partir de ello, respetando la intención original, y distinguiendo al pueblo y los trabajadores de la élite, muchos movimientos fueron considerados ´populistas’, en el buen sentido de su concepción, tales como la revolución mexicana de 1910, los radicales de Yrigoyen en la Argentina de 1916, Franklin D Roosevel y Getulio Vargas, en Estados Unidos y Brasil, por citar algunos.
El sociólogo alemán Dahrendorf le otorgó el sentido demagógico, como la inclinación a adoptar decisiones, que en teoría y en el corto plazo, benefician a las clases populares, pero que no son sostenibles en el mediano y largo plazo, y terminan afectando a toda la sociedad. En América Latina, se le agregó otros componentes, como la necesidad que lo aplique un dirigente carismático pensando en su popularidad o en ganar elecciones antes que el bien común, y en el ámbito económico, como las políticas que generan gastos insostenibles, y culminan en políticas muy duras de rectificación. Sobre esta apreciación, desarrollo esta columna.
La mayoría de personas que identifican el populismo con la concepción actual, lo atribuye a políticos, en muchos casos de izquierda, y en otros, a radicales de diversas ideologías. Su aceptación es muy rápida, especialmente en períodos de crisis como la pandemia actual, que ha producido desempleo, recesión y muertes. En estas crisis, dicen los expertos, se presentan oportunidades, pero también las debilidades y fragilidades se hacen más patentes.
Si bien los políticos son la cara visible de las decisiones populistas, no son los únicos responsables de estas. Diría, son los brazos ejecutores. ¿Han meditado por qué estas resoluciones son tan fáciles de defender y tan difícil de evaluar con profundidad las consecuencias de su implementación? De hacerlo, tendríamos la apreciación exacta de quienes son los que parieron estas manifestaciones.
¿Cuál es su reacción ante las elevadas tasas de interés que cobran las instituciones financieras, en especial a los consumidores de menores recursos, superando treinta veces la inflación, y aplicando penalidades adicionales a los intereses por el retraso de un día en el pago de una cuota, aún en época de pandemia? ¿Cuál es su apreciación ante las empresas de telecomunicaciones que reducen sus precios de venta con más ventajas para sus nuevos clientes, manteniendo a los antiguos con precios mayores y menores ofertas? ¿Y que dirían cuando se enteran de una institución estatal que gasta miles de soles en merchandising, y sus representantes afirman que no cuentan con recursos económicos para compensar a sus aportantes?, ¿Y de las clínicas y proveedores de medicamentos que, en tiempos de pandemia, incrementan diez y vente veces sus tarifas?, ¿o de algunas grandes empresas en el sector comercial que cobran por adelantado para un servicio delivery, y luego no atienden el producto? Y, así, puedo continuar cubriendo cartillas hasta el infinito. Se requiere de sensibilidad para combatir el populismo.
Las variables macroeconómicas de nuestro modelo son positivas y provechosas. Es necesario, mantenerlas, pero también lo es la aplicación de normativa que impida los monopolios, proteja a los consumidores, penalice los abusos del mercado, y promueva la articulación de los pequeños productores al mercado. Si no lo había pensado, tendrá claro que el populismo no es espurio, tiene sus reales progenitores.
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