José Matos Mar disertó sobre el Perú como un país fragmentado – o mejor dicho, facetado - lo cual “debe representar el punto de partida de cualquier programa futuro, y cuya realidad no es reconocida por la clase política, peruana”. Añadiría por la élite nacional, además de la política. Agrega que ello no puede superarse con la simple ‘inclusión’, término que, personalmente, reemplazaría por ‘integración’, pues considero el primero excluyente, ya que implica superioridad de un grupo sobre otro, al cual introduce en su esfera.
Esta situación se ha acrecentado en nuestros tiempos. Divisiones políticas, regionales, sociales, culturales, entre tendencias, campo y ciudad, formal con el denominado informal, Lima y provincias, mineros y agrarios, y muchas más, a las que arrojando más leña al fuego, se está incluyendo la generacional, lo cual no tiene sentido pues en los millones de años del planeta, se han sucedido miles de generaciones, y finalmente, las más jóvenes en tres décadas pasarán a ocupar el lugar de sus antecesores. Ya hace veintiún siglos, el poeta Horacio afirmaba que “la juventud es pasajera”, y agregaba el poeta Franciscus Ogden Nash: “solo eres joven una vez, pero puedes ser inmaduro indefinidamente”. Ser joven no es un mérito, sino una coyuntura, y la opinión mayoritaria no siempre está del lado de lo correcto: el auto golpe de Fujimori, en 1992, fue aplaudido por más de 80% de la población, y hoy es condenado mayoritariamente, incluso por quienes lo aplaudieron y colaboraron con el mismo.
José Ortega y Gasset en su ‘Teoría de las generaciones’ afirmó que “el hombre es un eterno inadaptado y siempre buscará en su tiempo modificar aquello que ha heredado para ajustarlo a su propia sensibilidad”, y “para comprender una época y cómo influye una generación en ella, es necesario definir el concepto de crisis, que no es otra cosa que la carencia de convicciones”. Para Stuart Mill, “cada época es diferente y contribuye con una parte al acervo general del cuerpo social, según sea el período histórico en el cual se desarrolló”.
En base a estos conceptos y considerando que se define a una generación como ‘la gente que nace y vive al mismo tiempo, considerada colectivamente, en un período de 20 a 30 años’, la nuestra ha transmitido a la actual sustantivos y numerosos aportes tecnológicos que le permiten una vida más cómoda, así como avances médicos, la derrota del terrorismo, la recuperación de la democracia, la estabilidad económica, y por supuesto, obras sublimes como ‘Cien años de soledad’ de García Márquez, los retablos de Silvestre Ataucusi, y hasta un premio Nobel peruano (Vargas Llosa). Nosotros también salimos a las calles cuando en 1974 se estatizó la prensa o en la ‘marcha de los 4 suyos’ en 2000, y no por ello nos sentimos mejores o peores que nuestros antecesores. Por supuesto que, como todas, nuestra generación presenta carencias. Esperemos en tres décadas los aportes de la actual generación, que espero contribuya a mejorar la vida de sus hijos y nietos.
Diversas generaciones han tenido nombres rimbombantes y han generado contribuciones y defectos. ‘La generación grandiosa’, personas nacidas entre 1901 y 1927, influidos por la Gran Depresión y participantes en la segunda guerra mundial. ‘La generación del 68’ que promovió una serie de cambios sociales. ‘Los jóvenes de la revolución francesa en 1789’, y puedo continuar citando. Los más importantes promotores de las transformaciones impulsadas por estas generaciones, pertenecían a la anterior: Mirabeau tenía 40 años en 1789, Sartre había cumplido 63 años en 1968. Realmente, la generación del Bicentenario está conformada por quienes nacerán entre 2021 y 2051. La actual es la previa al Bicentenario.
Todas las generaciones - y es natural – han pretendido ser revolucionarias, y al final han dejado su espacio a la nueva, que ha legitimado su derecho propio al cambio, manteniendo la sustancia de los aportes benéficos. A ningún joven de hoy se le ocurriría, por ejemplo, reemplazar el automóvil por la carreta o el correo electrónico por la telegrafía sin hilos que, en su momento, fueron realizaciones positivas para las sociedades de sus épocas.
Dejemos de ser el país de ‘gentes desconcertadas’ que mencionaba Piérola en el siglo XIX o el ‘país adolescente’ que describía Luis Alberto Sánchez en el siglo XX, y abandonemos los epítetos para debatir propuestas con argumentos, y como afirmó el presidente Sagasti, pensemos en el futuro, dejemos de escarbar en el pasado, y adoptemos decisiones rápidas pero meditadas a fin que las correcciones no produzcan problemas mayores al que se pretende resolver. Es la hora de la integración, la meditación y el respeto a la opinión ajena. La violencia - física o verbal – solo genera más violencia.
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