Transcurrido mes y medio desde su accidentado, aunque constitucional ascenso al poder, la Sra. Dina Boluarte aparece más sola y débil que nunca. Aunque, pensándolo bien, la Sra. presidente siempre estuvo sola. Sin partido, sin arraigo popular, sin el apoyo firme y decidido del estamento empresarial o del estamento militar, estaba claro que la suya era casi, casi una misión imposible.
¿Su misión? Devolverle la fe y la esperanza al país luego de la soberana estafa que significó—sobretodo, para los sectores más pobres—el breve gobierno del Sr Pedro Castillo Terrones, actualmente preso por haber efectuado un fallido golpe de estado. Fe y esperanza de que la política “con minúsculas” no termine sepultando nuestra joven e inmadura democracia.
Desafortunadamente, transcurrido un mes y medio, el gobierno de transición parece enrumbarse hacia el despeñadero, en medio del caos y la frustración que significa tener zonas como Ica, o Madre de Dios al borde la desesperación, aislados por las carreteras impunemente bloqueadas, y otras zonas del país en abierta rebelión.
Aunque en un principio la figura del primer ministro, Alberto Otárola, pareció imbuir al gobierno de firmeza, decisión y un claro norte político—navegar exitosamente la transición democrática—una serie de errores de fondo y forma amenazan con ponerle punto final a al gobierno de la Sra. Dina Boluarte.
“Qué errores? Primero, no haber tenido el tino necesario para conformar un “gabinete de guerra”. Se optó por una serie de profesionales de buen nivel técnico—con currículo vitae en vez de prontuarios—pero carentes de la necesaria cintura política y del temple para transitar las aguas borrascosas de la protesta social. Así, las renuncias ministeriales sólo irán en aumento en la medida que no se logre restaurar el estado de derecho.
Segundo, la incapacidad mostrada por el gobierno para hacer uso de la vasta red de servicios de inteligencia con que cuenta el Estado peruano, más allá de la DINI (Dirección Nacional de Inteligencia) con el fin de separar la paja del trigo. A pesar de lo anunciada de la protesta, ni se identificó a los líderes de la protesta—que con seguridad existen, porque eso de la “auto convocatoria” a tomar tres aeropuertos a la vez suena a patraña—ni se identificó a posibles aliados del diálogo ni se impulsó con convicción y firmeza espacios de negociación como el que podría ofrecer el Acuerdo Nacional. Increíblemente, el gobierno prefirió esperar pacientemente a que los anuncios descarados de mayor violencia se materializaran, con los desastrosos resultados y la muerte de decenas de peruanos que hoy todos lamentamos.
Tercero, el fracaso de la diplomacia, con el consiguiente deterioro de la imagen internacional del Perú. En lugar de haber puesto en marcha desde el 7 de diciembre del 2022 una campaña internacional de comunicación, que deje en claro que aquí se había dado una sucesión presidencial absolutamente constitucional (en vista del fallido golpe de estado del Sr Castillo) se ha permitido que en el exterior madure y se fortalezca una narrativa que pone en cuestión la legitimidad del actual gobierno.
Porque no se trata solamente de las voces infraternas e intencionalmente mal informadas de los presidentes izquierdistas de la región latinoamericana—los presidentes de México, Honduras, Bolivia, Colombia y Argentina—sino también de importantes “influencers” mediáticos cómo son los principales medios informativos internacionales de Estados Unidos y Europa. Recién ayer, un mes y medio después, escuchamos una posición firme de respuesta por parte de la ministra de relaciones exteriores en la reunión anual de la CELAC (Comunidad de estados latinoamericanos y caribeños). Pero, como dicen los gringos, se mensaje y aclaración llegan un poco “too little too late”
Cuarto, la incapacidad manifiesta—tanto de la presidenta Boluarte como de su primer ministro Otárola—de transmitir “a la vez”, empatía frente a los aspectos reivindicativos de la protesta social, con un compromiso absoluto por el restablecimiento del estado de derecho, haciendo uso legítimo de la fuerza para detener la violencia de quienes buscan destruir el país. Faltó conectar con las legítimas demandas de un amplio sector de la población del sur, sierra central y de la Amazonia, regiones que no han visto materializadas las promesas de mayor bienestar.
Quinto, la tendencia de los principales voceros del gobierno (la presidenta y su primer ministro, no hay más) para el desatino comunicacional. “Puno no es el Perú” no es solo el más reciente sino también el más elocuente. Con seguridad la Sra. Boluarte quiso decir otra cosa: qué hay que tomar en consideración las necesidades y derechos de todos los peruanos y no solo de una región. Pero sus palabras fueron dichas con tal nivel de desatino que amenazan convertirse en el epitafio de su breve gobierno, porque Puno si es el Perú, como problema y posibilidad.
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