Tal vez las más disputadas elecciones de los últimos 30 años han dado a luz a un nuevo tipo de actor político: los tibios. Los tibios, en la macartista definición de quienes se han revelado en los extremos del espectro político, son aquellos que, como este perverso columnista y ahora congresista, no han salido a “defender la democracia” abrazando entusiasmados a la candidata que —a pesar de toda la evidencia en contrario—supuestamente la representa, ni declarado su admiración, y empatía por “el hijo del pueblo” y avalado o respaldado públicamente, o a través de las redes sociales, los múltiples planes de gobierno y equipos “técnicos” del prosor.
Para ellos —los tibios— los extremos coinciden en señalar que el destino les tiene reservados lo que Dante Alighieri señalara le estaba reservado a los neutrales: “Los confines más oscuros del infierno”. En la “divina condena” a los neutrales de su tiempo, el célebre autor florentino dirige sus dardos contra quienes, en momentos y situaciones en que fuere moralmente imperativo tomar partido, inexcusablemente se abstienen de hacerlo. Como supuestamente sería el caso en esta elección de segunda vuelta “entre la democracia y el comunismo”. Solo que la narrativa arriba expuesta tiene varios vacíos argumentales y confunde el tener una actitud de madurez democrática con ser moralmente ambiguo.
Comencemos con un hecho irrefutable: las elecciones del 2021 se han realizado conforme a ley y en un marco de competencia democrática. En primera vuelta, se presentaron casi dos docenas de candidatos presidenciales y mas de dos mil candidatos congresales. Como resultado, hemos sido elegidos 130 congresistas, todos los cuales hemos sido debidamente reconocidos por los organismos electorales del país, habiendo incluso recibido las credenciales que nos reconocen como tales. Como expresión legitima de la voluntad popular, Perú Libre y Fuerza Popular tienen el mayor número de escaños, hecho que —hasta el momento— nadie ha disputado.
Y es que, poner en entredicho los resultados de la segunda vuelta no puede ser hecho independientemente de los resultados de la primera vuelta. Reclamar fraude en mesa, hablar de “un fraude colosal”, y hacer llamados velados a una intervención militar sin contar con evidencia contundente de una acción “concertada y sistemática” es poco menos que irresponsable: la segunda vuelta contó con 150 observadores internacionales, quienes, de manera unánime, han declarado que el proceso fue justo y transparente.
Claro que señalar este tipo de “detalles” me coloca firmemente en la orilla de los tibios. No es así. Simplemente espero —como buen demócrata— a que el Jurado Nacional de Elecciones (JNE) resuelva conforme a derecho en lugar de afirmar sin ambages que la sola existencia de actas observadas y/o impugnadas de uno y otro lado demuestra que las elecciones han sido fradulentas.
Imagino que también me hace “tibio” el no condonar y más bien denunciar los atropellos a la libertad y a la privacidad de las personas, al no haber salido a amedrentar a las autoridades electorales, en muchos casos, frente a sus propias casas.
Y es que, a pesar de la ardiente retórica, el ballotage entre los candidatos Pedro Castillo y Keiko Fujimori no fue nunca una elección entre “el comunismo y la democracia” sino entre dos candidatos con visiones y propuestas radicalmente opuestas. Visiones que —en primera vuelta— recibieron exiguas mayorías relativas.
Elegido en democracia, nuestro(a) próximo gobernante —una vez conocida la decisión del (JNE)-- deberá hacerlo con apego estricto al orden democrático y respeto a la Constitución. Cualquier desvarío anti democrático, como un referendo sin transitar primero por el Congreso de la República, en busca —a como de lugar— de una Asamblea Constituyente, deberá ser visto como una declaración de guerra en la que —ahora sí-- no habrá lugar para los tibios, los verdaderos tibios.
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