El Perú acaba de poner un pie en la larga Hoja de Ruta que habrá de guiarlo en su proceso de adhesión a la OCDE, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo que algunos llaman “el Club de los Países Ricos”. El proceso, iniciado hace casi una década con el así llamado Programa País, durante la gestión del entonces presidente, Ollanta Humala, continúa —como tren porfiado— a pesar de la inmensa volatilidad de la política peruana. Casi sin quererlo, ingresar a la OCDE se ha convertido en una verdadera política de Estado.
Dudo mucho que el presidente Pedro Castillo, o su alter ego, el primero de los ministros —el Sr. Aníbal Torres— entiendan a cabalidad lo que conlleva ser país OCDE. Obviamente, no significa convertirse en un país rico por el solo hecho de ser admitido como país miembro, aunque, tratándose de quienes confunden a Croacia con Ucrania, todo se puede esperar. Lo importante es que, por lo menos a nivel simbólico, apoyan el proceso de adhesión, habiendo respondido a tiempo y con la majestad requerida a la invitación hecha al Perú el pasado 10 de junio por el secretario general adjunto de la OCDE, el danés Ulrik Vestergaard Knudsen.
Para el gran público, la noticia ha pasado totalmente desapercibida. El público informado, por su parte, no ha podido evitar una sonrisa socarrona ante lo que consideran que es una idea ridícula, sobre todo en las actuales circunstancias. ¿Cómo podemos formar parte de la OCDE con un presidente como Pedro Castillo y un gobierno como el actual, con ministros y gestores comprometidos con la corrupción, y con poca o nula credibilidad? ¿Con los niveles actuales de pobreza? ¿Con la infraestructura educativa hecha pedazos? ¿Con la horrible inseguridad ciudadana? ¿Perú País OCDE? Por favor…
Paradójicamente, en dicha paradoja reside la importancia de seguir insistiendo con el tema OCDE. Me explico, pero antes, aclaremos un concepto por demás errado: la OCDE no es un club de países ricos, sino un grupo de países que comparte un único objetivo final: elevar el nivel de bienestar de sus ciudadanos. No es el Banco Mundial, con sus préstamos, estudios y recomendaciones o recetas económicas. No es el FMI y por lo tanto ni impone condiciones ni tiene por ello el rol de “prestamista de última instancia” de los bancos centrales. No es un “think-tank”, aunque produce investigaciones de suma excelencia. Es un centro de avanzada en el diseño de políticas públicas que luego pasan a convertirse en el estándar internacional. Nada más, pero tampoco nada menos.
Ahora sí, expliquemos porqué resulta paradójico que el hecho de pretender formar parte de la OCDE cause cierta hilaridad, a la postre es señal de que se trata justamente del gran objetivo que como nación en formación debemos abrazar: porque si no sonara ridículo no sería un objetivo verdaderamente transformacional. Hagamos un juego mental y supongamos que estamos en 1960 y desde esa perspectiva planteemos las siguientes preguntas: ¿Japón, Singapur, Taiwan y Corea del Sur: países desarrollados? Ridículo. ¿China superpotencia? Más ridículo aún. ¿La Unión Soviética partida en mil pedazos? Nah, imposible. La naturaleza del futuro transformador es precisamente esa: parecer ridícula.
Ciertamente, la idea de que el Perú forme parte del grupo de 34 países —en su inmensa mayoría altamente desarrollados— que conforman la OCDE hoy, suena —en efecto— y a la luz del momento actual, por demás ridícula, a pesar de que miembros también son Colombia, Chile y México, tres de los cuatro países de la Alianza del Pacifico (el cuarto país miembro es el Perú). Pero, precisamente, por ello, por parecer ridículo debemos seguir persiguiendo dicho objetivo con pasión. La calidad de vida de los peruanos, en el corto, mediano y largo plazo depende de ello. Al final de cuentas, lograr el objetivo depende de nosotros mismos.
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