Los extremos aborrecen el consenso. Lo ven como una traición a sus principios y como muestra de falta de liderazgo. No reconocen una verdad de perogrullo: frente a una democracia débil y precaria, como es el caso de la democracia “a la peruana”, urge regular o moderar el conflicto y bajar el ruido a los tambores de guerra. Algo que solo es posible alcanzar si antes generamos un cierto nivel de consenso.
Desafortunadamente, lo que nos depara el futuro inmediatamente después del 6 de junio--cuando finalmente sepamos quién ha de regir los destinos del Perú por “por lo menos” los próximos cinco años--es un país partido en dos, un gobierno sin mucha credibilidad y un Congreso bisoño tremendamente atomizado sin una mayoría absoluta. Así las cosas, la búsqueda de consensos se presenta como una tarea absolutamente titánica, a menos que comencemos por tomar el toro por las astas creando—de manera informal—una especie de “Bancada de Consenso en pro de la Gobernabilidad".
La idea es moldear la Bancada del Consenso siguiendo los lineamientos de los famosos “caucuses” del congreso norteamericano, donde congresistas de distintas bancadas se reúnen para impulsar una agenda común, previamente establecida. Ejemplos de estos caucuses son el Black Caucus, el Latino Caucus o el “Caucus sobre el Perú”. Este último reúne a 13 miembros del Congreso norteamericano que profesan un particular interés por el destino de las relaciones entre los dos países.
Independientemente del color de sus camisetas partidarias, dicha “bancada virtual” podría estar conformada por todos aquellos congresistas para el periodo 2021-2026 --entre los que me encuentro--que profesen una total y absoluta fe en los principios democráticos del Perú, en particular el respeto irrestricto a las instituciones, la supremacía de la ley de leyes—la Constitución—los valores democráticos y la economía social de mercado sin excluidos.
De esta manera, el Congreso de la República podría erigirse como una fuerza central para la estabilidad política y la paz social que se requieren para vencer la pandemia del COVID-19 y reactivar la economía, reconociendo que la crisis del COVID-19 no es unidimensional o única a la salud ni terminará de desaparecer en el corto plazo. A mediano plazo, la solución a los impactos de la crisis y los múltiples problemas generados requieren un debate político que coadyuve a fortalecer la gobernabilidad en el país.
Pero, la gobernabilidad del país dependerá no solo de lo que la “Bancada del Consenso” pueda lograr en el Congreso de la República, sino sobre todo de cómo se gestionen las relaciones entre el poder Ejecutivo y el Legislativo. Así, el próximo Ejecutivo—al no contar con mayoría parlamentaria—debiera nombrar como Primer Ministro a alguien que cuente con la simpatía de los grupos parlamentarios para poder ganar la confianza del Congreso. Deberá además presentar un gabinete integrado por técnicos independientes o de ministros vinculados políticamente a las bancadas de oposición. Los resultados de la primera vuelta, y la virulencia de la segunda vuelta hacen que sea absolutamente necesario contar—desde el primer día—con un gobierno que reconozca la fragilidad del mandato concedido por el pueblo en las urnas.
Ciertamente, la búsqueda de un trabajo conjunto entre los dos poderes del Estado, no significará que el Congreso de la República deje de cumplir con su función de fiscalización y de ejercer el control político. Establecer una relación fluida de confianza entre el Poder Ejecutivo y el Legislativo es conditio sine que non para que el país pueda vencer la pandemia, reencontrar la senda del crecimiento y devolverle a la ciudadanía la fe en el poder transformador de la POLÍTICA, escrita con letras mayúsculas.
La formación de una Bancada de Consenso en pro de la Gobernabilidad debiera ser el primer paso para volver a la normalidad y comenzar a gestionar una visión de país que nos una como comunidad.
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