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Carlos Anderson / Día Internacional de la Mujer

¿Que tienen en común países tan disimiles como Dinamarca, Etiopía, Alemania, Islandia, Finlandia, Eslovaquia, Nueva Zelandia, y Taiwán? Para comenzar, forman parte de la selecta lista de países que mejor han gestionado la crisis del COVID-19 y que, por lo tanto, mejores resultados han tenido: menor número de muertes y menor impacto socio económico. Y para terminar, todos estos países tienen al frente del gobierno a una mujer.


Se trata de 8 jefas de Gobiernos o jefas de Estado, de un total de 20 mujeres que ejercen dicha función entre los 195 países del mundo. Un hecho que es apenas un botón en el armario de botones que ejemplifican la desigualdad que existe entre hombres y mujeres y que constituyen una barrera para el logro del desarrollo sostenible, tal y como lo señala el Objetivo 5 de los ODS al 2030 diseñados por Naciones Unidas.


Porque la desigualdad entre hombres y mujeres no se agota en sus diferentes niveles de acceso al poder y de oportunidades para la toma de decisiones. Se manifiesta—históricamente—en las diferentes (menores) oportunidades que tienen las niñas y mujeres para educarse, para acceder a servicios de salud, para lograr que sus esfuerzos sean debidamente reconocidos, para actuar sin temor a ser objetos de violencia y en particular de violencia sexual, y en las muy diferentes condiciones que existen en la inmensa mayoría de países del mundo para que las mujeres tengan propiedades y alcancen el bienestar económico.


Condiciones todas que se han agravado con la pandemia del COVID-19 porque, aunque las estadísticas muestran que la mortalidad en las mujeres a consecuencia del virus es significativamente menor que la de los hombres, las consecuencias colaterales tienden a ser mayores.


Como se indica en “The World’s Women 2020”, publicación de Naciones Unidas, aunque con menor probabilidad de morir a consecuencia del virus, las mujeres enfrentan retos adicionales, desde un mayor nivel de violencia y abuso familiar, pasando por mayores niveles de trabajo no remunerado y la realidad del desempleo masivo dada su mayor participación en el sector servicios (hoteles, restaurantes, servicios de transportes, etc.)


Y lo que es mas grave: casi el 70 por ciento del personal de salud—médicos y enfermeras, no solo en el Perú sino en el resto del mundo—son mujeres, y como tal tienen mayor probabilidad de infectarse. Pero los riesgos no solo son de exposición e infección del virus. Son también de carácter emocional. La combinación de factores como los señalados—los efectos del encierro, la violencia familiar, el cuidado de los niños, y los problemas económicos—tienen un impacto desproporcionado en las mujeres sin que haya mecanismos de compensación o de reconocimiento al impacto diferencial sobre la salud mental de mujeres y hombres.


En general, la pandemia hace más difíciles las cosas para las mujeres del Perú y el mundo. La pandemia ha forzado a los gobiernos a reasignar recursos financieros y humanos en materia de salud, de necesidades no Covid-19 a la atención de pacientes COVID. Pero entre esas necesidades no COVID-19 las mas afectadas con recortes son aquellas directamente relacionadas con mujeres tales como la salud sexual y reproductiva, el cuidado de mujeres embarazadas y otras enfermedades. Les llueve sobre mojado.


Así, COVID-19 amenaza con echar por la borda todo lo avanzado en el Objetivo 5 en estas dos primeras décadas del Siglo XXI. Por ello, tal vez la mejor manera de celebrar el Día Internacional de la Mujer este lunes 8 de marzo próximo, sea reafirmar el compromiso de cumplir fielmente con la meta de plena igualdad entre hombres y mujeres al 2030 haciendo de esta década, diez años de acción en pro del bienestar de las niñas y mujeres de todo el planeta.


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