El cruel asesinato de la Srta. Andrea Vidal Gómez, ex trabajadora del Congreso de la República, ha puesto al descubierto una posible red de corrupción en la que estarían involucrados no solo altos funcionarios del congreso sino incluso—según palabras del presidente de la Comisión de Fiscalización, Juan Burgos—“congresistas”, quienes habrían intercambiado votos por sexo.
Noten el uso profuso de verbos en condicional: estarían, habrían, etc., y es que—descubierto el escándalo—en ausencia de serias investigaciones—eso es todo lo que se puede decir. Por ahora. De allí la necesidad imperiosa de investigar estas denuncias “caiga quien caiga”.
Pero, ¿habrá alguien en el Perú que crea por un segundo que dichas investigaciones puedan ser llevadas a cabo con un mínimo de objetividad por representantes del mismo congreso al que se le acusa? Sin temor a equivocarme afirmo que no debe existir una sola persona con tal nivel de credulidad.
Para vergüenza del propio Congreso de la República, las comisiones de ética han demostrado en tres años y medio su altísimo nivel de funcionalidad a los intereses políticos de los grupos representados en el congreso y su carencia de un verdadero sentido ético de la política. El congresista Alex Paredes, actual presidente de dicha comisión, es un eximio representante del relativismo ético en la política como lo demuestra su historial de votaciones en la comisión: para él todos los congresistas son inocentes aun si se demuestra lo contrario.
Y las comisiones de fiscalización—salvo honrosas excepciones—han mostrado una tendencia al show antes que a la investigación seria y documentada de hechos que puedan derivar luego en acusaciones formales ante el sistema de justicia: mucho ruido y pocas nueces. El actual presidente de la comisión de fiscalización, Juan Burgos, viene exhibiendo un comportamiento similar: en lugar de señalar sin ambages los nombres de los congresistas que —según las informaciones que se supone él posee y dan sustento a sus afirmaciones— estarían involucrados en la red de corrupción de “votos por sexo” prefiere usar, irresponsablemente, un sustantivo común, general y plural como es el de congresistas metiéndonos a todos en un mismo saco.
El crimen de la Srta. Andrea Vidal Gómez y sus terribles connotaciones políticas se enmarca en la realidad paralela de un congreso todopoderoso, donde sobra el dinero (el presupuesto se ha casi triplicado en 4 años) y faltan escrúpulos, donde se multiplican los nombramientos de carácter político partidario mientras la meritocracia brilla por su ausencia y absolutamente nadie es capaz de ponerle coto a la soberbia y prepotencia de quienes saben que —al final—sus acciones quedarán impunes. Así, absortos en la realidad alterna de su universo paralelo, los políticos tradicionales permiten que la rueda siga rodando hasta que un día este remedo de democracia termine asfixiada por alguna nueva o vieja forma de gobierno autocrático. Matar al Congreso, lentamente, pervirtiéndolo, es también un verdadero crimen.
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