Imaginen lo que sentirían si, de repente, apareciese en la Plaza Bolívar una nave espacial y de ella descendieran seres extraterrestres con tres cabezas y veinte brazos y que todo estuviera siendo transmitido “en vivo y en directo” por todos los medios de comunicación habidos y por haber. Cierren los ojos un par de segundos e imaginen la escena.
Pues bien. Eso que sienten al imaginar tan insólita escena--la incredulidad más absoluta--es lo que el ciudadano norteamericano promedio sintió al ver las devastadoras escenas del Capitolio en Washington el miércoles pasado, en el que una turba de “trumpistas”, al grito de USA, USA, USA, irrumpían a la fuerza en el más sagrado recinto de la democracia americana, una escena sin igual en los casi 250 años de historia norteamericana que ha arrancado las lagrimas de muchos y las sonrisas soterradas de chinos y rusos.
El sentimiento de incredulidad—no solo del ciudadano norteamericano promedio, sino prácticamente del mundo entero—es comprensible, a pesar de que el conjunto de la actuación política de Donald Trump—como candidato en el 2016, como presidente los últimos cuatro años y como presidente-candidato en el 2020—constituye todo un catalogo de “momentos incomprensibles y extraños”, la suma de los cuales han terminado por desfigurar la otrora impecable imagen de la democracia norteamericana. Así, desde esta particular perspectiva, lo sucedido el miércoles pasado en Washington puede ser visto como la coronación de un modo perverso de hacer política, donde el narcisismo, la petulancia y la más infantil rabieta constituyen los verdaderos motores del accionar político del presidente Trump.
Pero hay factores que han facilitado estas cosas, así como hay factores que podrían ayudar a entender como así 74 millones de norteamericanos depositaron su confianza en noviembre pasado en “el Donald”. Dichos factores tienen que ver con la imagen que de si mismo tienen casi el 50 por ciento de los estadounidenses, imagen que los sociólogos resumen en el siguiente acrónimo: WASP de White Anglo Saxon Protestant (Blanco, anglo-sajón, protestante).
Esta es la “comunidad imaginada” que supuestamente encarna el verdadero sentir de la nación norteamericana. De allí proceden los “patriotas” que—en nombre del presidente--asaltaron el Capitolio el miércoles pasado, exigiendo “4 años más”, como corresponde por la “victoria abrumadora” de Mr. Trump, victoria que “Washington pretende robarles de manera por demás descarada”. ¡Que importa que los hechos, ratificados hasta por funcionarios y jueces de abierta filiación republicana digan lo contrario! Si lo dice, twitea o sugiere el presidente Trump, entonces no cabe duda. Para esta “comunidad imaginada” su palabra es ley, por mas falsa que le parezca al resto de la humanidad.
La visión que de ellos mismos tiene esta mitad de estadounidenses viene acompañada de una segunda idea fuerza: la idea de que son la nación escogida, la nación correcta, o—en inglés—“The Right Nation. “The Right Nation: Conservative Power in America” es también un libro escrito en el 2004 por dos ex editores de la revista The Economist que inspira esta columna y prefigura la emergencia del movimiento liderado por Donald Trump, aunque sin anticipar los rasgos psicopáticos del presidente. Libro que, en un interesantísimo juego de palabras, le da una segunda acepción a la idea de “Right Nation”, para dejarla donde corresponde en el espectro político del republicanismo a lo Trump: la Nación Derechista.
Es esta visión WASP excluyente y políticamente de derecha la que ha sido llevada a la decima potencia por Donald Trump en un discurso que bajo el manto de “America First” se convirtió rápidamente en la defensa de los intereses de ese sector de la sociedad norteamericana “blanca anglosajona protestante de derecha” que termina ahora sus días en la más absoluta decadencia.
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