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Carlos Anderson / La hora de la verdad


(Publicado previamente en el Diario Gestión / La economía divertida)


El cambio de gabinete parece haber traído consigo -además de aires frescos- el reconocimiento explícito de la necesidad de hablarle a la ciudadanía con la verdad en la mano. El escándalo de “las casi 40 mil muertes en exceso” develado por el diario británico The Financial Times, no podía seguir siendo tapado con un dedo, aunque el reconocimiento hecho por la nueva ministra de Salud, Pilar Mazzetti, de 3,688 fallecidos que no habían sido contabilizados, sea todavía insuficiente para explicar las diferencias entre Las cifras oficiales y las del diario británico, estas últimas, mundialmente aceptadas.


De igual manera, ha sido importante escuchar el cambio de tono del presidente Martín Vizcarra: del optimismo expresado en extrañas "mesetas cada vez más empinadas", al realismo de aceptar que la situación sanitaria está lejos de ser controlada y que, incluso si se logra encontrar una vacuna para el covid-19 en el más corto tiempo posible, tenemos como mínimo un año, sino dos, de exposición desprotegida al coronavirus.


Resulta obvio que tan drástico cambio de actitud es resultado del igualmente drástico giro en materia de ideología política implícita del nuevo gabinete Cateriano: ¿de la centro-izquierda a la derecha liberal? No importa. Lo que importa es que el nuevo gabinete viene con un cable directo a tierra, a diferencia del gabinete Zeballos, que vivía casi permanentemente en "fantasyland".


Pero donde todavía hace falta hacer conexión con la realidad es en materia económica.

Aún no tenemos un estimado propio del Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) acerca del impacto probable del covid-19 en materia del PBI para este y el próximo año, ni tampoco una explicación clara de cómo los diferentes esfuerzos del MEF -expresado· en transferencias, subsidios, programas como Reactiva I y II, Arranca Perú, etc.- delinean una crítica que nos saque del hoyo en el que nos metimos como consecuencia de la larguísima cuarentena.


Mientras tanto, en el mundo real de la economía, se hace cada vez más evidente que el triple impacto del covid-19 sobre las familias -empobrecimiento, pérdida directa de empleos, y, para los que aún tienen empleo, pánico de perderlo- no sólo ha causado el colapso del consumo (responsable de alrededor del 65 por ciento del PBI), sino un cambio fundamental en su naturaleza y composición.


Así, deprimida la demanda interna, no tiene mucho sentido hablar de una reactivación de la economía a menos que esté claro cómo es que se va a estimular un verdadero impulso de demanda. Y ni qué decir de la deprimida demanda externa, salvo la de minerales como el cobre y el oro, cuyos precios se recuperan impulsados porta (aún débil) reactivación de la economía china, la producción de autos eléctricos y el "flight to safety" (huida a activos seguros) que caracteriza momentos de gran incertidumbre como los actuales.


Por su parte, un buen número de aquellas empresas que han sufrido de manera directa el triple impacto del covid-19 -disrupciones en la cadena de suministros, personal sometido a estrictas reglas de seguridad laboral en pandemia, falta de liquidez, y/o la virtual desaparición de la demanda- están a la espera de Reactiva II y de señales claras que permitan impulsar la inversión privada. Otras, todavía más afectadas porque el inicio de la cuarentena las encontró ya con dificultades financieras, contemplan abiertamente la posibilidad de quiebra en los próximos meses.


Este es el estado de las cosas, una realidad que se pretende disfrazar no hablando de ella, o afirmando que la recuperación será rápida y en forma de V en el 2021. Urge por ello tomar el toro de la realidad económica por las astas y reconocer que los próximos dos años serán muy pero muy difíciles. Es la hora de la verdad.

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